viernes, 24 de mayo de 2013

Sólo Antonio puede conquistar a Antonio


Después del asesinato de Julio César, el mundo se dividió en dos grandes campos de batalla. Uno estaba dirigido por los conspiradores de Bruto y el otro por Octavio César y Marco Antonio, un amigo de Julio César.
Durante la larga y ardua guerra que siguió, Marco Antonio se distinguió como el soldado más grandioso en el mundo.

Podríamos preguntarnos, “¿cómo hizo para lograrlo?” Si supiéramos los secretos de su éxito, podríamos reproducirlos en nuestra propia vida.

A continuación daré algunas de las claves que se han mencionado en relación con los logros de Marco Antonio: “Armado con su convincente habilidad para dirigir la palabra, el poder de su lógica, el valor de su habilidad para dirigir y la autodisciplina que lo caracterizaba, arrasó con todo lo que se ponía delante. Tomó sobre sí las tareas más difíciles con la más asombrosa disposición; durante semanas vivió con una dieta de insectos y cortezas de árboles. Y así se ganó la indiscutible lealtad de sus hombres, el elogio del pueblo, el apoyo de Octavio y la confianza en sí mismo”. Teniendo en su contra tal destreza y dedicación, los generales enemigos abandonaron uno a uno la batalla. Y cuando ganó la guerra, Marco Antonio ocupó el lugar que antes había tenido el grandioso Julio César, amo y señor del mundo.

Pero cuando hubo pasado la necesidad de luchar, se convirtió en un ser ocioso, y la ociosidad es la causante de algunos de los fracasos más trágicos de la vida.

Marco Antonio se dirigió a Egipto donde cayó en los brazos amorosos de la hechizante reina Cleopatra; allí llegó a ser víctima de los lujos agradables, de la perfumada elegancia y de los placeres de la corte egipcia. Su grandiosa mente se nubló con las llamas del vino y se convirtió en lo que Plutarco llama “un General sólo de nombre”. Cuando abandonó sus mejores cualidades, perdió la lealtad de sus hombres, la ovación del pueblo, el apoyo de Octavio y su propio respeto.

Finalmente se envió una guardia de soldados para que tomara prisionero a Marco Antonio y lo llevara a Roma encadenado. Ya no era necesario enviar un ejército para vencerlo, sino un puñado de los soldados más mezquinos.

Sin embargó, Marco Antonio evitó que lo arrestaran y se enterró una daga en el corazón y, mientras yacía agonizante le dijo a Cleopatra que no había existido poder en el mundo suficientemente fuerte como para vencerlo, con excepción de su propio poder:  “Sólo Antonio puede conquistar a Antonio”.

Y así, mientras contemplaba la llegada de los soldados romanos y pensaba en la desgracia que había traído sobre su pueblo, y la vergüenza y humillación que había causado a su familia, pronunció su último discurso que William Haines Lytle ha traducido y en el que Antonio le dice a Cleopatra:

“No permitas que los subordinados
De César escarnezcan al león caído.
No fue soldado el que provocó su caída,
Sino él mismo quien el golpe se asestó.
Fue aquel que hoy reposa en tu regazo
Quien se alejó de la gloriosa luz,
El que embriagado en tus caricias,
Insano todo un mundo despreció.”
(“Antony and Cleopatra” The Best Loved Poems of the American People, Com. Hazel Felleman, 1936, pág. 203)

Este hombre había tenido en sus manos el control de todo el mundo y no había ninguno sobre la tierra con el poder suficiente para quitárselo; solo él mismo.

Igualmente nosotros, tenemos a nuestro alcance un mundo de oportunidades, que haciendo las elecciones correctas, no hay ningún poder en el universo que pueda interponerse entre nosotros y nuestras metas, sólo nuestro propio poder. Sólo Antonio puede conquistar a Antonio.

Ricardo Corazón de León


El Rey Ricardo Corazón de León, gobernó Inglaterra durante la segunda parte del siglo XII.
Ricardo organizó una cruzada a la Tierra Santa para quitarles a los turcos el Santo Sepulcro.

La expedición no tuvo éxito y Ricardo fue capturado y confinado a una prisión extranjera. Durante su ausencia, los traidores se posesionaron del gobierno.

Cuando logró escapar y regresar a Inglaterra, por razones de su condición de Rey fue necesario que se vistiera con ropa común y sin armadura.

Al llegar a Inglaterra, en secreto reunió a algunos de sus más fieles seguidores con la idea de que reino volviera a manos de sus legítimos gobernantes. Una de las primeras cosas que hizo después de formar este pequeño grupo, fue atacar el castillo de Torquilstone, que era la fortaleza del enemigo en la cual Ivanhoe, el fiel amigo y seguidor del rey, había sido herido y puesto en prisión. Cuando Ivanhoe escuchó los ruidos del asalto que se iniciaba afuera del castillo y siendo que estaba imposibilitado de levantarse del lecho por las heridas y la pérdida de sangre, pidió a su enfermera, Rebeca, que se parara cerca de la ventana y le explicara lo que estaba sucediendo.

La primera cosa que deseaba saber era quien dirigía a los atacantes; con ese fin le pidió a Rebeca que le describiera la insignia o cualquier otra marca en la armadura del líder, pues así podría saber quién eran y qué esperanzas tenía de ser rescatado. Rebeca le informó que el líder peleaba con una armadura común y sin marcas y que no tenía insignias ni identificación alguna. Ivanhoe dijo: “Entonces dime cómo pelea y yo sabré quién es.” (Esto quiere decir que cada uno tiene un conjunto de rasgos tan característicos como sus huellas digitales y que la mejor clave para nuestra identificación es lo que hacemos.)

Así fue que Rebeca trató de describir a este grandioso caballero que vestía una armadura negra mientras contendía y movía su potente espada con poderosos golpes, asaltando el castillo casi sin ayuda. Y éstas son algunas de las cosas que ella le describió: “Cae sobre él las piedras y vigas de las paredes del castillo, pero él las trata como si fueran plumas. Pelea como si tuviera la fuerza de veinte hombres en un solo brazo. Es peligroso pero aun así, magnífico, presenciar cómo el brazo y el corazón de un solo hombre pueden triunfar sobre cientos”.

Supongo que el brazo de Ricardo no sería más fuerte que el de cualquiera de sus guerreros, pero no era de allí de donde provenía su fortaleza. Rebeca había dicho: “El brazo y el corazón de un solo hombre.”

Ricardo estaba peleando con su corazón, estaba luchando por su Patria; y cuando uno comienza a poner su corazón en lo que está haciendo, es entonces cuando se pueden producir los milagros.

Ivanhoe desconocía quién era ese hombre; aunque sabía que Ricardo peleaba de esa manera, y que nadie podía luchar como el rey, creía que éste todavía estaba prisionero en un calabozo.

Fue en esa ocasión cuando rindió tributo a un líder desconocido, pues era capaz de reconocer los rasgos que caracterizan a la grandeza.

Sus palabras fueron: “Juro por el honor de mi casa que soportaría diez años de cautiverio para luchar un solo día al lado de ese grandioso hombre, en una contienda como esta”. No podría haber para él una tortura mayor que el cautiverio, pero aun así declaró: “Con gusto languidecería diez años en un calabozo, por el privilegio de luchar bajo el estandarte de un hombre grandioso y por una causa justa”.

Todos estamos embarcados en una causa justa, ya sea desde un puesto de trabajo, un emprendimiento de negocio, desde el anónimo trabajo de un dirigente social o dentro de las paredes del hogar. Cualquiera sea nuestra causa, solo en la medida que entreguemos el corazón a lo que hacemos, se asegura el éxito.

Ver Video: Entregando el Corazón

viernes, 17 de mayo de 2013

Lo mínimo indispensable (by Felipe Berrios S.J.)


Qué relajo más grande que echarse con el control del televisor en la mano haciendo zapping. Es de los inventos buenos que hay. Que lata era levantarse y cambiar los canales a mano. Con el cambiador, el único esfuerzo que uno tiene que hacer es apretar el botón correcto de la función correcta. Pero esto que parece simple, a veces no es tan fácil, pes son muchos los botones que tiene el cambiador. ¿Por qué tendrá tantos botones el control remoto? ¿Existirá alguien que los sepa usar todos? Y, ¿ese alguien tendrá tiempo de hacerlo?


Que agradable sería un cambiador de canales que tenga solo teclas de prender y apagar, del volumen, del mute y del cambio de canales. Sin embargo, cuando nos venden el televisor, nos muestran como una gran ventaja todos los botones de las múltiples funciones. Y uno suele compara el aparato que, por el mismo precio, tenga un control con más funciones. Eso nos hace salir de la tienda con la sensación que hicimos una gran inversión: más por la misma plata. Y que luego podrá hacer de todo. Pero, una vez instalado el aparato en casa, invariablemente ocuparemos las funciones típicas y las demás no solo nos ser inútiles, sino que se convertirán en un estorbo.

Estamos comprando complicación, comprando tecnología de sobra. ¿Por qué? ¿Por qué no atrae tener tanto botones a nuestra disposición aunque no lo usemos nunca? Hay algo de inseguridad detrás. Queremos aseguradas todas las posibilidades, queremos abarcar más de lo que necesitamos. Sabemos que tal vez nunca usaremos todas las funciones del control y, si alguna vez las necesitamos, de seguro, no sabremos cómo hacerlo.  Pero ese “tal vez lo usemos” pesa mucho para nosotros, nos da seguridad.

Esto sucede con muchas cosas en nuestra vida, así vamos acumulando objetos increíbles que llenan nuestros roperos, cajones, bodegas. Objetos que están allí, ocupando espacios por años “por si alguna vez los necesito…”.

¡Cómo nos apegamos a las cosas y las posibilidades! Nos da cierta satisfacción saber que tenemos todo lo necesario, todo controlado, para cualquier circunstancia. Pero son las cosas no indispensables las que terminan controlándonos a nosotros. La verdad es que el exceso de posibilidades y objetos solo nos complica la vida, al igual que los muchos botones del cambiador de canales. Mucho más felices, menos complicados y más libres seríamos si tuviéremos lo mínimo indispensable.

Para esto es necesario tener claro que quiero en la vida y no confundirme con lo que se me ofrece. Me ofertarán muchas “teclas” que no son malas en sí mismas, pero que distraen o estorban a mi propósito. Así, no todo lo que pueda hacer, es lo que me conviene. Que no nos mareen con tantos botones y ofertas, lo importante es tener claro cuál es el fin de mi existencia, que es lo que busco hacer con mi vida, que es lo importante. Lo demás sobra, distrae y estorba.

¿Quién nos recordará lo importante?


Cuando un General romano volvía triunfador de alguna campaña importante, Roma lo recibía con toda su pompa y esplendor. Él entraba triunfalmente a la ciudad, la que se volcaba con tanto entusiasmo como solemnidad a las calles. En la recepción estaba el pueblo y sus autoridades en pleno. El General iba en el carro victorioso, encabezando las legiones. Mientras recorría las calles, recibiendo lo vítores y honores de los ciudadanos y del imperio, de pie detrás suyo, iba un esclavo diciéndole al oído que recordara que era un hombre mortal.

Esta era una costumbre que ayudaba al galardonado a hacerse consiente de su verdadera condición e impedía que se le fueran los humos a la cabeza. Algunos generales se habrán sentido agradecidos de que alguien los ayudara a asumir el triunfo con humildad; otros debe haber considerado molesto y aguafiestas a este personaje que parecía echarles a perder el gozo del triunfo.

Qué excelente, que ganas de poder tener alguien junto a nosotros, en nuestro “mismo carro”, que constantemente nos pudiera ir recordando las cosas fundamentales de nuestra existencia. Así no perderíamos la conciencia de lo que verdaderamente vale. Nosotros como sociedad pasamos momentos buenos y momentos no tan buenos; no siempre nos toca ir en el carro de la victoria como aquellos generales romanos triunfadores. Pero sí vamos veloces en un carro de acontecimientos, preocupaciones, plazos y exigencias en que fácilmente terminamos olvidándonos de lo que somos, de lo verdaderamente importante.

Es difícil en el cotidiano torbellino de las cosas en el que nos encontramos envuelto, mantener la claridad. Pero, como en la costumbre del Imperio Romano, también podemos tener a alguien que nos ayuda a mantener la lucidez en medio del ajetreo cotidiano.

Todos tenemos un Padre, Hermano, Esposa(o), hijo o amigo, que su sola compañía nos conecta con los más esencial de nosotros. El saludarlo, conversar con él o ella es como un “bálsamo” para nuestra mente, ya que nos conecta con nuestra facultad de trascender, con nuestro anhelo de dejar un legado.

Otro aspecto que nos ayuda a conectarnos con lo fundamental de la vida, es el desarrollo de la Fe. Así es, el apegarnos a nuestra creencias más profundas que nos permiten salir del aquí y el ahora, literalmente trascendemos.  Para mí es Jesucristo, para otro puede ser Yahvé, Alá. Quien sea ese ser superior hace que nuestro paso por esta vida tenga un propósito trascendental.  Permite que nuestros estudios, nuestros trabajos, nuestros negocios, nuestras relaciones, nuestras victorias tengan una perspectiva que trasciende a esta vida.

Nota: La palabra recordar tiene una hermosa etimología, formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar es mucho más que tener a alguien o algo en la memoria. Significa “volver a pasar por el corazón”.


martes, 14 de mayo de 2013

Redemption Song - By Bob Marley (Song Around the World)


Ver Video: Redemption Song

Los viejos piratas, sí, roban y;
y vendido a los buques mercantes,
minutos después de que tomaran y
del hoyo insondable.
pero mi mano fue hecha fuerte
por ' y del Todopoderoso.
remitimos en esta generación
triunfante.
no usted ayuda cantará
¿estas canciones de la libertad? -
' cause todos lo que tengo siempre:
canciones del rescate;
canciones del rescate.
emancipate de esclavitud mental;
ningunos pero ourselves pueden liberar nuestras mentes.
no tenga ningún miedo para la energía atómica,
la ' causa ningunos de ellos puede parar el tiempo.
cuánto tiempo matan a nuestros profetas,
¿mientras que estamos parados a un lado y miramos? ¡ooh!
algunos dicen que son justos una parte de ellos:
tenemos satisfacer a de book.
no usted ayuda cantará
¿estas canciones de la libertad? -
' cause todos lo que tengo siempre:
canciones del rescate;
canciones del rescate;
canciones del rescate.
---
rotura de /guitar
---
emancipate de esclavitud mental;
ningunos pero ourselves pueden liberar nuestra mente.
¡wo! no tenga ningún miedo para la energía atómica,
la ' causa ningunos de ellos-uno puede -uno para -uno el tiempo.
cuánto tiempo matan a nuestros profetas,
¿mientras que estamos parados a un lado y miramos?
sí, algunos dicen que son justos una parte de ellos:
tenemos satisfacer a de book.
no usted ayuda cantará
¿canciones dese de la libertad? -
' cause todos lo que tenía siempre:
canciones del rescate -
todos lo que tenía siempre:
canciones del rescate:
estas canciones de la libertad,
canciones de la libertad

One Love (By Bob Marley)



Un amor.
Un corazón.
Juntémonos todos
y nos sentiremos bien.

Escucha a los niños decir:
Un amor.
Escucha a los niños decir:
Un corazón.
Alabemos y agradezcamos
al Señor y me sentiré bien.

Juntémonos todos
y nos sentiremos bien.
Dejemos que digan todos
sus sucios comentarios.

Hay una pregunta que
realmente quiero hacer.
¿Hay un lugar para un
pecador sin esperanza...
que lastimó a toda la humanidad
para salvar a sus creencias?

Un amor.
¿Qué hay de un corazón?
Un corazón.

¿Qué hay si nos juntamos
todos y nos sentiremos bien?
Tal como al comienzo...
Un amor.
Debería ser el final...
Un corazón.

Alabemos y agradezcamos
al Señor y me sentiré bien.
Juntémonos todos
y nos sentiremos bien.

Una cosa más.
Juntémonos para combatir
este Sagrado Armagedón.

Así cuando llegue el hombre
ya no habrá más perdición.
Ten piedad de aquellos cuyas
chances son menores.
No hay lugar para ocultarse
del Padre de la Creación.

Un amor.
¿Qué hay de un corazón?
Un corazón.
¿Qué hay si nos juntamos
todos y nos sentiremos bien?
Le pido a la humanidad...
Un amor.
Sí, Dios...
Un corazón.

Alabemos y agradezcamos
al Señor y me sentiré bien.
Juntémonos todos
y nos sentiremos bien.

¡Participe! (un relato de Selecciones del Reader’s Digest)


Durante una visita que hizo a una ciudad distante del pueblo en que vive, a una amiga mía le tocó en suerte ser el único testigo de un accidente de carretera, en el cual un auto- móvil repleto de adolescentes se le fue encima a un camión. Los muchachos culparon del choque al camionero, pero mi amiga se ofreció a declarar en favor de él. A pesar de las molestias que le ocasionaría la necesidad de viajar varias veces a ese lugar, ella deseaba ante todo que se hiciera justicia.

Cuando le contó lo sucedido a la señora de la casa don- de se hospedaba, recibió el con- sabido comentario: “Pero, ¡por amor de Dios, muchacha! ¿Por qué se ha metido en semejante lío?

Frecuentemente oímos a personas bien intencionadas y estimables escudarse en frases hechas, tales como: “No quiero buscarme complicaciones”, “Eso no es asunto mío”, u otras semejantes, que recuerdan la de Caín: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Tales expresiones reflejan en cierto modo la época en que vivimos. El temor, bastante generalizado, de que se nos ofenda o desaire, nos cohíbe a dar cabida en nuestra existencia a los semejantes. Y sin embargo, en un mundo como el actual, día a día más grande y complicado, el individuo necesita más desesperadamente que nunca salir de su aislamiento y participar en la vida si aspira a vivirla con plenitud.

Hace años compré un pequeño apartamento en cierto edificio en condominio. Poco después de esto, la ideas que expuse en la primera reunión general de copropietarios movieron a uno de ellos a pro- poner que nombraran administrador del edificio. Acepté, aunque con alguna renuencia. Mis amigos opinaron que había cometido una tontería. “¿Para qué buscarte quebraderos de cabeza?” “Eso te traerá mucho trabajo y poco o ningún agradecimiento”, me decían. Y no anduvieron descaminados. Durante los dos años en que desempeñé el cargo de administrador sin sueldo, no falta- ron preocupaciones ni molestias: el problema de equilibrar el presupuesto; las iracundas reclamaciones de los que llamaban a mi puerta para quejarse de lo insuficiente de la calefacción o para pedirme que mandase a arreglar enseguida una cañería.

Así y todo, al echar la cuenta de esos dos años, vi que dejó considerable saldo a mi favor. Aprendí bastante acerca de negocios, de leyes y de la naturaleza humana, todo lo cual ha sido muy útil.

Igualmente aprendí a conocerme a mí mismo, para saber, entre otras cosas, que no soy muy buen administrador que digamos. Lo que importa más: de mis relaciones con los copropietarios nació la amistad que me une a alguno de ellos y ha embellecido  mi vida.

En varias ocasiones me ha sorprendido lo mucho que salimos ganado al intervenir en los asuntos humanos, bien sea tomándonos la molestia de ayudar a un extraño, asumiendo con valor cívico una responsabilidad o protestando ante una injusticia. Pequeñeces, actos al parecer insignificantes, son sumandos del total que todos podemos  aportar al mejoramiento del mundo en que vivimos y, con ello, al de nuestra propia vida. Cuanto hagamos animado del sincero propósito de tomar parte activa en nuestra común existencia, nos llevará ciertamente a engrandecer nuestro yo en ese nosotros en que se entreteje el hilo de una vida con los de otra vida, para que el individuo no sea hebra aislada en el mundo, sino como parte integrante de la urdimbre humana.

En el autobús en el que viajaba un amigo mío iba también una pandilla de jovencitos alborotadores, que empezaron a mofarse de una señora ya entrada en años porque les pidió que dejaran de empujar. “todas las personas que allí estaban”, me contaba mi amigo, “se hicieron las desentendidas, unas mirando por la ventanilla, otras hacia el  frente, como si ninguna tuviese ojos para ver ni oídos para oír la falta de respeto de los muchachos. En principio yo hice lo mismo que los demás, pero de repente me dije: ¿seré capaz de estarme sin hacer nada? Esto forma parte del mundo en que vivo. Inmediatamente les grité: ¿les gustaría que a sus madres les faltasen el respeto como lo están ustedes haciendo con esta señora? No sin sorpresa de mi parte, bajaron la cabeza avergonzados y de ese momento en adelante guardaron compostura”

¿Verdad que es curioso que, al tender la vista al pasado, sean los momentos en los que nos relacionamos más estrechamente con el prójimo los que nos parecen más libres de temores, de aburrimiento, de pesimismo? Cuenta Georg Broschmann en su obra Humanity and Happiness (“Humanidad y Felicidad”) que los desventurados años en que Noruega, su patria, gemía bajo la ocupación de los nazis, fueron, por extraño que parezca, la época en que él se sintió más feliz, más lleno de vibrante energía. En aquellos días, pese a la amargura, las penalidades y el constante peligro, él y otros patriotas de la Resistencia estaban hermanados por lo noble del ideal que los animaba y por la confianza que cada uno de ellos tenía en sus compañeros. Muchos hombres que han luchado hombro a hombro en días difíciles recuerdan con  nostalgia cómo en aquel tiempo se sintieron más unidos que nunca a sus compatriotas.

No hay que negar que interesarnos por los demás supone riesgos de nuestra aparte. La persona de quien nos enamoramos tal vez nos hiera cruelmente; bien podrá suceder que, si tratamos de reconciliar a dos individuos enemistados entre sí, ambos se vuelvan contra nosotros; quien se arroja al agua a salvar a quien se está ahogando pudiera verse arrastrado al fondo con él.  Pero también es cierto que vivir siempre a la defensiva contra desengaños, desdenes o ingratitudes, acaba volviéndonos insensibles e inhumanos. 

Dice el escritor inglés C. S. Lewis en su obra Four Loves (“Los cuatro amores”): “si quieres conservar incólume tu corazón, no lo entregues a nadie,  ni siquiera a un animal. Rehúye todo vínculo de cariño, encierra el corazón en el ataúd de tu egoísmo. Pero, hasta dentro de ese ataúd (oscuro, seguro, inmóvil, hermético) ha de cambiar tu corazón. No se romperá: se volverá insensible, impenetrable, irredimible”.

Hoy nos inspira lástima la persona que esquiva el trato humano y se recluye entre las cuatro paredes de su casa a vivir rodeada de chucherías o de tesoros; vemos en ese voluntario aislamiento el síntoma de una profunda perturbación emocional. En efecto, la mayoría de los enfermos mentales internados en los hospitales rehuyeron las relaciones que impone normalmente la sociedad a los seres humanos.

Lo que la mayor parte de nosotros no sospechamos es que todos incurrimos a menudo en igual equivocación, aunque en un grado menor. El viudo o la viuda siempre encuentran pretextos para vivir de puertas adentro y no cultivar nuevas amistades,  o el ciudadano que desaprueba el modo como se administra la cosa pública, pero en nada concurre remediarlo, están ese caso. Todo propósito de desentendernos de los demás, de no comprometernos, limita nuestro desarrollo emocional y nuestro bienestar general.
El filósofo y matemático inglés Lord Bertrand Russell relata que en su juventud fue melancólico y propenso a considerarse desdichado, porque vivía encerrado en sí mismo.

Poco a poco empezó a interesarle la suerte de los demás. “Hombre dichoso”, leemos en una de sus páginas, “es aquel que, siendo liberal en el afecto e inclinado a ampliar el campo de sus simpatías, halla en cultivar afectos y simpatías su propia dicha, así como en la circunstancia de que esto lo hace a él objeto de la simpatía y el afecto de los demás”

Tenemos, pues, que el gran secreto de lo que vale para el hombre entregarse a la vida y solidarizarse con los demás es que en ello reside literalmente su misma vida. Negarnos sistemáticamente a compartir nos sitúa al margen de la existencia, genera el vacío en torno de nosotros. 

La vida y el amor son partes de un todo; mientras que el aislamiento, el no comprometerse, equivale a la muerte. Fichte, filósofo alemán del siglo XVIII, comprendió esta verdad en nueve palabras: “el yo no es un hecho sino un acto”. John Donne, poeta inglés del siglo XVI, había dicho más llanamente: “ningún hombre es isla contenida enteramente en sí mismo”.

¿Cómo haremos para ajustar nuestra conducta a esa filosofía? A mi entender, hemos de comenzar ateniéndonos a estas normas, que no necesitan justificación: No pasemos de largo frente al necesitado de ayuda: arriesguémonos ayudar al extraño. No eludamos los temas de conversación penosos o que nos afectan profundamente: pongámonos en el lugar de nuestros interlocutores. No busquemos pretextos para justificar nuestro alejamiento del vecino, conocidos de negocios o parientes lejanos: cultivemos su trato y procuremos entenderlos mejor. No nos conformemos con rehuir la responsabilidad, cualquiera que sea; hagamos algo por nuestro hogar, por nuestra ciudad, por nuestra patria.

En suma, no seamos perpetuamente cautelosos y pusilánimes. Por el contrario: ¡Participemos!   

Ver Video de un ejemplo en Uganda: Involucrarse

Niveles de Comunicación


Es imposible No comunicar. Aunque no lo escribamos o  digamos con palabras, nuestro lenguaje corporal habla por nosotros. 

En su libro The Pragmatics of Human Communication, Paul Watzlawick escribe que “Uno no puede No Comunicar. La gente arriba, debajo y a nuestro alrededor en la organización está constantemente prestando atención cuando uno menos espera que lo hagan, y parecen no estar prestando atención cuando uno más quiere que lo hagan. Ellos ponen atención a las palabras que Ud. dice y a las palabras que decide no decir. Están pendientes de lo que Ud. hace y de lo que podría haber hecho pero decidió no hacer. Están atentos a sus actitudes y a la resonancia o disonancia que sus actitudes tienen en relación a sus palabras y sus acciones.”

Comunicar es un proceso, pero también una actitud. Con frecuencia nos encontramos que buscando una mejor oportunidad, esperando contar con mejor información  o estar mejor preparados, los gerentes y supervisores posponen o evitan comunicarse con sus subordinados, craso error. Si Ud. No comunica clara y firmemente desde la fuente, alguien lo hará por Ud. 

Una de las maneras más efectivas de comunicarse es oír, y la más efectiva de todas es escuchar empáticamente, pero para llegar a ella necesitamos ascender cinco escalones.

Nivel 1: IGNORAR Si pudiéramos definir esta etapa en una sola palabra sería ¡Qué Fastidio! Damos a nuestro interlocutor lo que llamo “Complejo de Poste”: que quien nos habla es un objeto inanimado que no merece ni una de nuestras orejas, mucho menos lo que está adentro.

Nivel 2: PRETENDER OÍR Hacemos el aguaje: Sí, sí, qué interesante… formulamos una que otra pregunta para salir del paso pero en realidad lo que estamos percibiendo es un murmullo lejano que no nos dice nada, no dejamos que penetre, oímos el ruido pero no las palabras.

Nivel 3: ESCOGER QUÉ OÍR Nos dejamos cegar por nuestros Paradigmas y solo procesamos lo que coincide con nuestra forma de ver las cosas, con nuestras ideas o convicciones y lo filtramos con “esos anteojos” a través de los cuales percibimos el mundo. Este es el perfecto ejemplo de “Parálisis
Paradigmática: La Enfermedad Terminal de La Certeza”; una forma muy común y altamente destructiva de oír, sobre todo en la Alta Gerencia. 

Nivel 4: OÍR CON ATENCIÓN Aquí se separan del bulto los verdaderos líderes. Ponemos atención a nuestro interlocutor, internalizamos sus palabras, somos abiertos, mostramos interés, profundizamos y medimos sus planteamientos contra nuestras percepciones; creamos confianza.

Nivel 5: ESCUCHA EMPÁTICA El nivel superior. Manifestamos interés genuino por conocer no solo los hechos sino de comprender lo que está detrás de los hechos, hacemos preguntas relevantes. Requiere valentía, humildad y dar evidencias de un alto respeto por nuestro interlocutor sin dejarnos cegar por nuestras propias opiniones. 

La escucha empática crea el clima adecuado. La gente percibe en Ud. un genuino deseo por escuchar sus planteamientos y comprender sus puntos de vista, baja sus defensas, y es entonces que se establece un  legítimo proceso bidireccional. 

Principios y Valores


Principios no son Valores. La discusión sobre Principios y Valores aparece con frecuencia en el mundo organizacional, familiar o entre amigos, y se presta a no pocas interpretaciones.

Los estudios de Stephen R. Covey sobre “La Ética del Carácter” y la “Ética de la Personalidad” resaltan la importancia que para las organizaciones, comunidades, sociedades y para nuestra identidad humana tiene lograr claridad sobre el significado de estos dos conceptos.

Los Principios son leyes naturales, permanentes, muy poco susceptibles de discusión. Ellos son la esencia de lo que nos caracteriza, lo que verdaderamente somos. 

Quizás la mejor forma de entenderlos es la “Ley de la Granja” que nos dice que para cosechar algo, primero tenemos que preparar la tierra, sembrar la buena semilla, cuidarla, fertilizarla, protegerla de enfermedades y ataques de parásitos, insectos o alimañas, regarla y quitar la maleza, para al final obtener la buena cosecha. 

O somos íntegros o no lo somos, o somos confiables o no lo somos, o somos responsables o no lo somos: no existe nada como: más o menos íntegros, más o menos confiables, o más o menos responsables, como no existe aquello de una mujer más o menos embarazada, o está en Estado o no lo está.

Los Valores son atributos que le damos a los Principios y a las cosas, se basan en nuestras percepciones y en nuestra interpretación de la realidad, es el color del lente con el cual miramos al mundo. Aquí sí cabe aquello que yo acostumbro definir como “la gente tanto por ciento”: 70% simpática, 90% bonita, 30% cordial, 40% respetuosa, 20% paciente, 40 % comprometida, etc.

La “Ley de la Escuela” (como sistema social no natural) nos dice que si “calentamos materia” antes del examen de mañana en lugar de estudiar consistentemente, si aprovechamos la oportunidad de conocer las preguntas de antemano, o si hacemos un buen "torpedo", pasaremos el examen, posiblemente hasta con una buena nota.

¿Pero hasta donde nos llevarán prácticas como esta? Es posible que nos den resultado por un tiempo, pero no lograremos una mente cultivada. A la larga alguien finalmente “paga la cuenta”.

Los Valores están relacionados con la forma como proyectamos nuestra personalidad, con la imagen que damos de lo que somos.

Los Principios expresan la realidad. Si esta realidad no es congruente con la imagen que damos de nosotros mismos, el doblez se percibe y al final la realidad nos alcanza. Los Principios son nuestra verdad, nuestro yo interior, lo que nos caracteriza cuando nadie nos está viendo.  

lunes, 13 de mayo de 2013

Arquetipos de Personalidad (by Carl Jung.)


Todo gerente debería interesarse por saber qué aspectos influyen sobre sus subalternos cuando deben tomar decisiones, qué limitaciones enfrentan, cuáles son sus puntos fuertes y cómo detectarlos.

PERSONALIDAD RACIONAL: Este tipo de individuo se desenvuelve en el tiempo Pasado, Presente y Futuro. Su fortaleza está en la capacidad de analizar en profundidad una situación, pero su gran debilidad está en tomar decisiones. Estas personas son el ejemplo típico de lo que llamamos “La Parálisis del Análisis”, siempre conseguirán una razón nueva para no decidir: “Busquemos más data, el escenario no está claro, evaluemos de nuevo, estudiemos qué pasaría si…” y este es el precisamente el lenguaje que utilizan. Tienen un lenguaje de “Nosotros.”

PERSONALIDAD SENSITIVA: Se desempeña principalmente en el pasado. Su verdadera fortaleza está en la capacidad de influenciar a los demás, de arrastrar gente, de convocar, de convencer. Su gran debilidad es que es subjetivo en la toma de decisiones, no cree en la data cruda sino en lo que él aprecia que la data significa. Tuerce un poco las cosas a su conveniencia por lo que tener una persona que le sirva de caja de resonancia puede mejorar su capacidad de decidir. Es impaciente, sobre todo para negociar sus ideas. Su lenguaje es de “Yo.” Su mensaje tiene un fondo de historia, de tradiciones, de acervo, de legado, habla mucho de sus raíces y de su trayectoria.

PERSONALIDAD INTUITIVA: Se desenvuelve principalmente en el futuro. Es capaz de visionar, y de dibujar esa visión en el futuro, de imaginar y soñar. Su gran debilidad es concretar, son personas que se relacionan y caen bien pero divagan, se van del centro. Son abiertos a oír. Tienen un lenguaje de “Nosotros:” “Planifiquemos este proyecto, vamos a trabajarlo, construyámoslo, oigamos.”

PERSONALIDAD ACTIVA: Viven en tiempo presente, toman decisiones rápidamente, hasta impulsivamente, son impacientes y reactivos, no “tienen Tiempo” para estar oyendo “payadas,” brincan del plan a la acción por lo que son propensos a estrellarse. Casi todos los vendedores caen en este estilo de liderazgo. Tienen un lenguaje de “Ellos.” Sobrevaloran sus fortalezas.

No necesariamente un estilo es bueno y otro malo, es bueno conocer a su gente pero lo verdaderamente  importante es integrar las fortalezas de cada uno y reducir sus limitaciones.

En otras palabras: Asegurarnos de subir a la gente correcta en el autobús, y una vez que estén en el autobús, estos estén sentados en los asientos correctos.  

Centrarse en lo estratégicamente importante

En una noche de diciembre de 1972, un Jumbo de Eastern Airlines procedente de Nueva York se acercaba a Miami rodeado de oscuridad. Todo iba perfectamente antes del aterrizaje, hasta que justo antes de tomar tierra el capitán se dio cuenta de que el piloto verde del tren de aterrizaje no se había encendido. El ingeniero de vuelo bajó a comprobar que las ruedas habían descendido tal y como debían hacerlo. Por su parte, el personal de la cabina siguió comprobando el piloto hasta que concluyeron que se había fundido.

Mientras tanto, nadie se dio cuenta de que, durante esos pocos minutos, el enorme avión había ido perdiendo altitud rápidamente.

Un cazador de ranas de los Everglades fue el primero en llegar a la escena del avión siniestrado. Habían muerto más de un centenar de personas y los numerosos supervivientes heridos pedían socorro en la oscuridad.

¿Por qué se estrelló el avión? La tripulación se había distraído con una bombilla fundida y, durante unos minutos, olvidó su principal objetivo: aterrizar con seguridad.

En estos tiempos turbulentos, no podemos permitirnos el lujo de perder de vista nuestro principal objetivo. Las organizaciones no consiguen alcanzar sus objetivos estratégicos cuando
  1. hay demasiados objetivos,
  2. no hay objetivos definidos, o
  3. se pierde de vista el objetivo.


Demasiados objetivos. Las complejas organizaciones actuales elaboran planes con miles de objetivos que, con frecuencia, ejercen escaso impacto y cambian con demasiada  frecuencia. En los momentos difíciles, no podemos permitirnos desperdigar la atención en una multitud de objetivos que no son decisivos. Los objetivos que hay que alcanzar son los «extraordinariamente importantes», si no, nada de lo que se consiga importa mucho. En épocas verdaderamente duras, es posible que el único objetivo sea seguir vivos.

Pensemos en ello. Si tiene un único objetivo, las probabilidades de alcanzarlo con excelencia son elevadas. Si tiene dos objetivos importantes, las probabilidades de alcanzar ambos con excelencia se reducen a la mitad. Tres objetivos hacen que las cosas sean, probabilísticamente hablando, más complicadas. Y así sucesivamente.

Orit Gadiesh, de Bain & Company, afirma: «No hay empresa que pueda tener éxito si divide sus recursos en demasiadas iniciativas. Centrarse en las cuestiones correctas y fundamentales (entre tres y cinco, en la mayoría de los casos) es fundamental para alcanzar el éxito». Y esto es especialmente cierto en las etapas de montaña.

Falta de objetivos definidos. Hay demasiadas organizaciones que no pueden hablar de objetivos; es decir, que no pueden hablar de ellos porque nadie sabe cuáles son. Hemos hablado con miles de directivos y de empleados que no pueden decir con seguridad en qué se supone que deben centrarse. Los objetivos, si los hay, se expresan de formas muy vagas: «ahorrar energía», «obtener más ingresos de los canales online» o «ser el primer proveedor de esto o de lo otro». Los objetivos vagos y mal definidos impiden que las personas puedan apuntar con precisión.

Si el éxito depende de un objetivo estratégico, vale la pena definirlo bien. Y no estará bien definido hasta que se haya aclarado cómo se medirá el éxito. La mejor medida es siempre la respuesta a la siguiente pregunta: «¿De X a Y, para cuándo?». ¿Exactamente cuánta energía estamos utilizando y cuánta tenemos que haber ahorrado cuando acabe el año? ¿Cuántos ingresos obtenemos ahora de canales online y en cuánto debemos aumentarlos este año? ¿Qué quiere decir convertirse en el «primer proveedor»? ¿En qué posición nos encontramos ahora con respecto al líder? ¿Es muy amplio el espacio que debemos cubrir? ¿De cuánto tiempo disponemos?

Perder de vista el objetivo. ¿Con cuánta frecuencia la organización celebra grandes reuniones de lanzamiento donde  se anuncia un nuevo objetivo importante, sólo para ver cómo se desvanece el entusiasmo ante las presiones del día a día? ¿Cuán- tas iniciativas corporativas quedan ahogadas y sepultadas por la marea del «trabajo diario»?

Supongamos que su objetivo estratégico sea mejorar el flujo de caja y que pide a todas las personas de la organización que lo conviertan en su prioridad. Obviamente, les está pidiendo que hagan algo añadido al trabajo que ya desempeñan y que, presumiblemente, les tiene muy ocupados. Las probabilidades de convertir a todo el personal en gestores de tesorería son real- mente escasas, a no ser que reitere el objetivo con regularidad, reconfigure las tareas y minimice las distracciones.

Sin embargo, en los momentos difíciles, las distracciones son más severas que nunca. La marea del trabajo diario se convierte en un tsunami. Cuando hay despidos, las personas que permanecen tienen más trabajo que hacer. Las distracciones no hacen más que aumentar a medida que la situación económica se complica. La inseguridad laboral, las preocupaciones sobre la jubilación, la deuda y la desconfianza hacen que centrarse sea cada vez más difícil. 

Do It!


Cuando nos hemos visto sometidos a una gran presión, un gran riesgo y logramos sacar fuerzas de donde parecía que no existían para responder, nos hemos dado cuenta de la existencia de puntos de apalancamiento que nos ayudan a tomar conciencia de nuestras facultades latentes, y aprovecharlas.

Todos tenemos sentimientos negativos y sentimientos positivos. Los sentimientos negativos son altamente limitantes, hasta el punto que algunos de ellos nos pueden llevar a la inacción y a la parálisis.

Durante nuestra vida hemos sido programados para tener ciertas actitudes ante las cosas que sentimos. Nuestras limitaciones están en las actitudes que asumimos ante lo que sentimos, no en lo que sentimos.

El temor, el desmerecimiento, los sentimientos heridos, y la rabia son gemas sin pulir. Con unos cortes adecuados y un poco de pulido podemos transformarlas en joyas preciosas. 

En cada nivel, los sentimientos negativos tienen una contrapartida que puede potenciar una respuesta positiva. Lo esencial es pasar a la acción.

Así como el miedo nos apresa, podemos transformar ese mismo miedo en la energía que nos permita enfrentar una nueva situación: un cambio de trabajo, o iniciar una nueva carrera. Cuando alguien nos ofende o nos hiere, si reaccionamos es porque nos importa.

Pero hay emociones que son más limitantes que otras. La emoción más limitante de todas es el desaliento.

Cuando un elefante nace está lleno de energía, puede pesar 500 kilos. Su domador lo amarra con una gruesa cadena a una estaca de un metro de profundidad. El pequeño elefante lucha y lucha pero poco a poco se da cuenta que haga lo que haga, no puede alejarse de la estaca más de lo que le permite la cadena con el grueso grillete de acero amarrado a su pata.

A medida que crece y sube de peso y multiplica su fuerza, el pequeño elefante pierde el entusiasmo para luchar por su libertad. Para cuando tiene 5 o 6 años y pesa varias toneladas, su domador le cambia la gruesa cadena por una cadenita para colgar ropa, el grillete por una guincha  de embalaje, y la estaca por un palito de helados; pero el elefante ni siguiera intenta liberarse.

 …ha perdido la iniciativa, no sabe cómo utilizar su poder, se encuentra sicológicamente maniatado, ha sido condicionado al Desaliento.

viernes, 10 de mayo de 2013

El paradigma basado en principios


La ética del carácter se basa en la idea fundamental de que hay principios que gobiernan la efectividad humana, leyes naturales de la dimensión humana que son tan reales, tan constantes y que indiscutiblemente están tan «allí» como las leyes de la gravitación universal en la dimensión física. Una idea de la realidad de estos principios y de sus efectos puede captarse en otra experiencia de cambio de paradigma tal como lo narra Frank Koch en Proceedings, la revista del Instituto Naval de EE.UU.

Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento habían estado de maniobras en el mar con tempestad durante varios días. Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche. La visibilidad era pobre; había niebla, de modo que el capitán permanecía sobre el puente supervisando todas las actividades. Poco después de que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informó: «Luz a estribor». «¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?», gritó el capitán. El vigía respondió «Directo, capitán», lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque. El capitán llamó al encargado de emitir señales. «Envía este mensaje: Estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo.» Llegó otra señal de respuesta: «Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo». El capitán dijo: «Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados».

«Soy marinero de segunda clase —nos respondieron—. Mejor cambie su rumbo 20 grados.» El capitán ya estaba hecho una furia. Espetó: «Conteste: Soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados». La linterna del interlocutor envió su último mensaje: «Yo soy un faro». Cambiamos nuestro rumbo.

El cambio de paradigma experimentado por el capitán —y por nosotros mientras leíamos el relato— ilumina la situación de un modo totalmente distinto. Podemos ver una realidad que aparecía reemplazada por una percepción limitada; una realidad tan importante para nuestra vida cotidiana como lo era para el capitán en la niebla.

Los principios son como faros. Son leyes naturales que no se pueden quebrantar. Como observó Cecil B. de Mille acerca de los principios contenidos en su monumental película Los diez mandamientos: «Nosotros no podemos quebrantar la ley. Sólo podemos quebrantarnos a nosotros mismos y en contra de la ley».

Si bien los individuos pueden considerar sus propias vidas e interacciones como paradigmas o mapas emergentes de sus experiencias y condicionamientos, esos mapas no son el territorio. Son una «realidad subjetiva», sólo un intento de describir el territorio.

La «realidad objetiva», o el territorio en sí, está compuesto por principios-«faro» que gobiernan el desarrollo y la felicidad humanos: leyes naturales entretejidas en la trama de todas la sociedades civilizadas a lo largo de la historia, y que incluyen las raíces de toda familia e institución que haya perdurado y prosperado. El grado de certeza con que nuestros mapas mentales describen el territorio no altera su existencia.

Ver vídeo donde Stephen R. Covey lo explica magistralmente: http://youtu.be/pGPk9nar7h0

El Cellista de Sarajevo

Cada dos años, un grupo de entre los más grandes cellistas del mundo y otros fanáticos de este modesto instrumento: fabricantes de arcos, coleccionistas, historiadores, se reúnen durante una semana de talleres, clases, seminarios, recitales y fiestas, en el Festival Internacional de Cello en Manchester, Inglaterra. Cada noche, los más de seiscientos participantes se reúnen para un concierto.

El programa de la noche de apertura en el Colegio Real de Música del Norte  consistía de obras para cello solo. En el escenario del impresionante salón de conciertos no había más que una silla solitaria. Nada de piano ni de atriles, ni podio para el director. Solo había música de cello en su forma más pura e intensa. La atmósfera estaba sobrecargada de expectación y concentración.

El mundialmente famoso cellista Yo-Yo Ma era uno de los intérpretes esa noche de abril de 1994 y había una historia emocionante detrás de la composición musical que interpretaría.

El 27 de mayo de 1992, en Sarajevo, una de las pocas panaderías que aún tenía una provisión de harina, estaba haciendo y distribuyendo pan a la gente hambrienta, víctima de la guerra.

A las cuatro de la tarde de ese día, una larga fila se extendía por la calle. De repente, una descarga de mortero hizo una explosión directamente en medio de la fila, matando a veintidós personas y desparramando por toda el área carne, sangre, huesos y escombros.

No lejos de allí vivía un músico de treinta y cinco años llamado Vedran Smailovic.  Antes que estallara la guerra, había sido cellista de la Opera de Sarajevo, una distinguida carrera a la que pacientemente esperaba regresar algún día. Pero cuando vio a través de la ventana la masacre causada por la bala de mortero, aquello sobrepasó su capacidad de absorción y no pudo soportar más. Angustiado, resolvió hacer lo me mejor sabía: música. Música pública. Música atrevida. Música en el campo de batalla.

Durante los siguientes veintidós días, a las cuatro de la tarde, Smailovic se vestía con su mejor traje de concierto, tomaba su cello, salía de su departamento y se instalaba en medio de la batalla que rugía en torno a él. Colocaba una silla de plástico junto al cráter dejado por la bala de mortero y tocaba en memoria de los muertos el “Adagio en Si Menor” de Tomaso Albinoni, una de las piezas más triste y cautivantes del reportorio clásico. Tocaba a las calles desiertas, a los camiones estrellados, a los edificios humeantes y a la gente aterrorizada que se escondían en los sótanos mientras las bombas caían y las balas volaban. Con mampostería explotando a su alrededor, hacía que su inimaginable valor resistiera en nombre de la dignidad humana, en nombre de los que se habían perdido en la guerra, en nombre de la civilización, de la compasión y de la paz. Aunque los escombros y las balas volaban a su alrededor, el no recibió ningún rasguño.

Después que los periódicos publicaran la historia de este hombre extraordinario, un compositor inglés,  David Wilde se sitió tan conmovido que decidió componer música. Y escribió para cello solo, “El Cellista de Sarajevo” en la cual vertía sus propios sentimientos de afrenta, amor y hermandad con Vedran Smailovic.
Era “El Cellista de Sarajevo” que Yo-Yo Ma iba a tocar esa noche.

Ma se presentó en el escenario, hizo una reverencia hacia el público y suavemente se sentó en la silla solitaria. La música comenzó a inundar toda la sala, donde la gente permanecía en completo silencio, creando un universo sombrío y vacío, inquietante e inolvidable. Lentamente, fue creciendo en un furor agonizante, clamoroso, mordaz, cautivando  todos antes de  decrecer hasta llegar a un hueco de muerte y, finalmente, vuelta al silencio.

Cuando finalizó, Ma se mantuvo doblado sobre su cello, el arco descansando en las cuerdas. Durante un largo momento, nadie en el auditorio se movió ni hizo un ruido. Fue como si hubieran sido testigo de esa horrible masacre.

Finalmente, levantó la mirada y la fijó en la audiencia y extendió su mano, llamando a alguien para que subiera el escenario. Un indescriptible temblor hizo presa de todos cuando se dieron cuenta de que se trataba de Vedran Smailovic, el cellista de Sarajevo.

Samilovic se paró de su asiento y caminó por el pasillo mientras Ma dejaba el escenario para reunirse con él. Al encontrarse se lanzaron el uno en los brazos del otro confundiéndose en un exuberante abrazo. Todos los que estaban en el auditorio prorrumpieron en un frenesí caótico y emocional, aplaudiendo, gritando y vitoreando.

Y en el centro de todos, aquellos dos hombres, abrazados y llorando inconteniblemente. Yo-Yo Ma, un suave y elegante príncipe de la música clásica, perfecto en apariencia y desempeño; y Vedran Smailovic, vestido con un traje de motociclista manchado y andrajoso. Su pelo largo y su inmenso bigote enmarcaban su rostro que aparentaba ser más viejo de lo que en realidad era, humedecido con lágrimas y arrugado por el dolor.

Todos se sintieron conmovidos en lo más profundo de su humanidad al encontrarse con ese hombre que hizo trepidar su cello ante las bombas, la muerte, las ruinas, desafiándolos a todos.

Elaboración Final

El mundo de hoy está cubierto de campos de batalla: algunas concretas, otras sociales, emocionales o espirituales. En realidad todos conocemos personas cuyas vidas pasan por cualquier razón varios niveles de desesperación. Quizás su sustento está amenazado. Tal vez tiene preocupaciones respecto a un miembro de la familia. Posiblemente han perdido la salud. Cuando Vedran Smalovic vio personas en necesidad dejó la seguridad de su hogar y “resolvió hacer lo que mejor hacía”, y eso era tocar música.

Las verdaderas decisiones trasformadores de vida que enfrentamos se llevan a cabo día a día y todos los días cuando decidimos salir de nuestros asientos de “espectadores” y hacer una contribución.

¿Y en cuanto a usted? ¿En cuanto a mí? Basando en la semana pasada, ¿somos más un espectador que un colaborador? ¿Estamos satisfechos de nuestras contribuciones actuales? 

Composición Musical basada en la Historia de Vedran Smalovic es este link: El Cellista de Sarajevo

jueves, 9 de mayo de 2013

El Bombardeo de Chocolate de Berlín - Un Ejemplo de SER la Diferencia


Para comenzar esta historia debemos situarnos en Alemania, el en año 1948. El país había sido dividido entre las cuatro potencias vencedoras, las cuales rápidamente se habían agrupado en una Alemania occidental, y una oriental dominada por los rusos. A su vez, la capital, Berlín, había sido dividida de la misma forma pero la ciudad en si estaba en la zona soviética, creando una isla occidental controlada por Francia, Inglaterra y Alemania en medio de un mar rojo.

La antigua gran capital era solo las ruinas de la grandeza de la ciudad. 6 años de guerra y 3 de ocupación habían reducido a la más absoluta pobreza tanto a la ciudad como a sus habitantes. La supervivencia era por medio de los artículos que llevaban los ejércitos aliados, hasta que luego de una escalada en el nuevo conflicto que comenzaba a vivirse entre occidente y Rusia, conflicto que se conocería como la guerra fría, Stalin decide quedarse completamente con Berlín rindiéndola por medio del hambre, por lo cual ordeno cerrar la vía de comunicación entre Berlín Occidental y Alemania Occidental que pasaba por territorio controlado por los soviéticos. Los aliados occidentales reaccionaron creando lo que se conocería como el Puente Aéreo de Berlín, en el cual movilizaron cientos de aviones cada día con el fin de proveer alimentos y víveres a los 2.5 millones de personas que quedaron sitiados dentro de Berlín Occidental. Y es bajo este panorama, que comienza esta historia.

La situación era tremendamente difícil, a pesar de que se realizaban cientos de vuelos cada día, con despegues y aterrizajes cada 3 minutos en cada uno de los 3 aeropuertos en Berlín, la situación era crítica para poder proveer a los más de 2 millones de berlineses. Entre estas idas y venidas, un joven piloto de un avión de transporte se dio el tiempo de observar a un grupo de pobres niños que venían a ver subir y bajar los aviones detrás de los cercos del aeropuerto. La historia cuenta que al ver las caras de asombro de los niños, en un gesto de simpatía, saco un par de barras de goma de mascar de sus bolsillos y se los lanzo a través del cerco. Dos de ellos saltaron desesperados a tomar el inesperado regalo, pero luego de alcanzarlos, ocurrió algo que asombro al joven aviador. Los niños que alcanzaron las golosinas, en vez de quedárselas para ellos solos, prefirieron compartirlas con el resto dividiéndolas en partes iguales, y lo más asombroso, fue que todos ellos no se los comieron sino que se contentaron con solo poder olerlas. Habían pasado tanto tiempo sin poder sentir el placer de tener algo así que con solo hacer eso se sintieron como los niños más afortunados del mundo. Conmovido, Gail Halvorsen, el joven oficial, les prometió volver y compartir más dulces con ellos. Al siguiente día, ya en Alemania occidental, Gaill compra todos los dulces que puede y construye como sea un par de pequeños paracaídas para lanzar por la ventanilla de su avión su regalo a sus pequeños amigos. Y así comienza día tras días a bombardear Alemania, con dulces. Para que los niños pudiesen distinguirlo de entre los cientos de aviones cargueros que volaban cada día, decide comenzar a darles una señal: Ladear sus alas al acercarse. A los pocos días seria conocido entre los niños de Berlín como "El tío ladea alas": el bombardero de dulces.

Al poco tiempo todo el mundo se da cuenta de que algo está pasando. En tierra, cada día más niños comienzan a reunirse para ser "bombardeados". En el aire, más y más pilotos siguen el ejemplo de Gail, formando el comando de bombardeo de candies (Operación "pequeños víveres") y en occidente, gracias a la cobertura de la prensa acerca de los bombarderos de chocolate, muchas empresas comienzan a donar grandes cantidades de dulces y grupos de personas se unen armando los pequeños paracaídas que son usados durante la operación.

La operación crecía día a día, a pesar de los grandes problemas, la ciudad, luego de muchísimo tiempo, comenzó a sonreír a pesar del acoso al que se veía sometida. La esperanza había vuelto a Berlín.
Y así continuaron las operaciones tanto del puesto aéreo como de los bombarderos de dulces durante el resto del año.  Finalmente, el 12 mayo del 49, los soviéticos se dan por vencidos, la ciudad había sobrevivido. El 23 del mismo mes, se decreta la fundación de la República Federal Alemana, la unión oficial en un solo país de todos los territorios que sostuvieron el puente aéreo. A los años después los rusos volverían a intentarlo con un muro, pero la semilla de la libertad ya había germinado en los corazones alemanes.

Posteriormente Halvorsen volvió a su natal Salt Lake City. Durante su carrera militar, llego al grado de Coronel, y en los 70s fue enviado como comandante de la base aérea del aeropuerto Tempelhof, en Berlín, donde comenzó esta historia, para luego de retirarse de la fuerza aérea, servir con su esposa como misioneros en Gran Bretaña en los 80s y en Rusia en los 90s.

Hasta el día de hoy es considerado como un símbolo de las relaciones AlemanoAmericanas. Durante las olimpiadas de invierno del 2002 en Salt Lake City, la delegación Alemana le solicito que portase su bandera durante el desfile inaugural. Pero más allá de ello, su historia es todo un símbolo de como un pequeño acto de amor puede convertirse en una acción que puede cambiar completamente la historia de un país completo, de millones de personas.