Qué relajo más grande que echarse
con el control del televisor en la mano haciendo zapping. Es de los inventos
buenos que hay. Que lata era levantarse y cambiar los canales a mano. Con el
cambiador, el único esfuerzo que uno tiene que hacer es apretar el botón correcto
de la función correcta. Pero esto que parece simple, a veces no es tan fácil,
pes son muchos los botones que tiene el cambiador. ¿Por qué tendrá tantos
botones el control remoto? ¿Existirá alguien que los sepa usar todos? Y, ¿ese
alguien tendrá tiempo de hacerlo?
Que agradable sería un cambiador
de canales que tenga solo teclas de prender y apagar, del volumen, del mute y
del cambio de canales. Sin embargo, cuando nos venden el televisor, nos
muestran como una gran ventaja todos los botones de las múltiples funciones. Y
uno suele compara el aparato que, por el mismo precio, tenga un control con más
funciones. Eso nos hace salir de la tienda con la sensación que hicimos una
gran inversión: más por la misma plata. Y que luego podrá hacer de todo. Pero,
una vez instalado el aparato en casa, invariablemente ocuparemos las funciones
típicas y las demás no solo nos ser inútiles, sino que se convertirán en un
estorbo.
Estamos comprando complicación, comprando
tecnología de sobra. ¿Por qué? ¿Por qué no atrae tener tanto botones a nuestra
disposición aunque no lo usemos nunca? Hay algo de inseguridad detrás. Queremos
aseguradas todas las posibilidades, queremos abarcar más de lo que necesitamos.
Sabemos que tal vez nunca usaremos todas las funciones del control y, si alguna
vez las necesitamos, de seguro, no sabremos cómo hacerlo. Pero ese “tal vez lo usemos” pesa mucho para
nosotros, nos da seguridad.
Esto sucede con muchas cosas en nuestra
vida, así vamos acumulando objetos increíbles que llenan nuestros roperos,
cajones, bodegas. Objetos que están allí, ocupando espacios por años “por si
alguna vez los necesito…”.
¡Cómo nos apegamos a las cosas y
las posibilidades! Nos da cierta satisfacción saber que tenemos todo lo
necesario, todo controlado, para cualquier circunstancia. Pero son las cosas no
indispensables las que terminan controlándonos a nosotros. La verdad es que el exceso
de posibilidades y objetos solo nos complica la vida, al igual que los muchos
botones del cambiador de canales. Mucho más felices, menos complicados y más
libres seríamos si tuviéremos lo mínimo indispensable.
Para esto es necesario tener
claro que quiero en la vida y no confundirme con lo que se me ofrece. Me
ofertarán muchas “teclas” que no son malas en sí mismas, pero que distraen o
estorban a mi propósito. Así, no todo lo que pueda hacer, es lo que me conviene.
Que no nos mareen con tantos botones y ofertas, lo importante es tener claro
cuál es el fin de mi existencia, que es lo que busco hacer con mi vida, que es
lo importante. Lo demás sobra, distrae y estorba.
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