Aumentar la productividad es
siempre una prioridad de las organizaciones. A menudo gastamos una enorme
cantidad de recursos en el importante trabajo de analizar los sistemas, procesos
y prácticas de negocios para identificar problemas de productividad. Pero, ¿ha
considerado alguna vez el costo que tienen las comunes actividades
disfuncionales como son el chisme, la calumnia, el juego político y las
rivalidades entre departamentos? ¿Ha considerado alguna vez el alto costo de la
baja confianza?
Cuando preguntaba a las
audiencias de las empresas que visitaba, cuánto de su tiempo consumían en este
tipo de actividades, alrededor del 75% de las personas respondían que por lo
menos una cuarta parte de su tiempo. El resto decía que dedicaban más de la
mitad de su tiempo a estas actividades disfuncionales. Y cuanto más alto
estaban en una organización, más grave se ponía la situación.
¿Cuál es la respuesta a este
creciente problema? No es simple, pero me gustaría sugerir un punto de partida.
Está en manos de cada uno de nosotros aplicar un principio básico en nuestra
vida cotidiana: ser leales a aquellos que no están presentes.
Comparto un par de historias para
ilustrar mi punto:
Hace años fui invitado a dar
clases durante un año en una universidad de Hawái. Cuando mi familia y yo
llegamos, nos desilusionamos mucho con nuestra vivienda ya que no era en
absoluto lo que nos habían prometido.
Intenté, sin éxito, encontrar con
el director de alojamiento universitario una solución de alojamiento más
adecuada para nuestra numerosa familia. Finalmente, frustrado, me dirigí al
presidente de la universidad para quejarme de lo incompetente e indiferente que
había sido el director de vivienda. El presidente de inmediato dijo, “Siento mucho
escuchar lo sucedido. Pero quiero que sepas que este director es una persona
muy buena y competente”.
Entonces, para mi sorpresa dijo:
“¿Por qué no le llamamos ahora, así podemos resolver juntos el problema?”. Yo quería
decirle al presidente: “No, manéjelo usted, yo solo quería que estuviera al
tanto del problema”.
Para mi desconcierto, el
presidente llamó al director de alojamiento. Mientras esperaba a que llegase,
me puse a pensar, “¿Le habré comunicado a este hombre claramente mis
necesidades? Tal vez, yo soy en parte responsable de este lío”. Para cuando
llegó el director de alojamiento, yo me sentía bastante humilde y avergonzado.
Cuando entró, le dije: “¿Cómo estás? Encantado de verte”. Imaginen, solo
minutos antes yo lo estaba criticando a sus espaldas y ahora el presidente
podía sentir mi duplicidad, lo que aumentó mi sentimiento de vergüenza.
Para cuando terminamos la
reunión, había solucionado los problemas con el director de vivienda, quien
tuvo la oportunidad de explicar su punto de vista. El presidente de esta
universidad me enseñó tres lecciones importantes ese día, lecciones que yo creo
son una respuesta para reducir un tono cada vez más corrosivo y negativo en la
sociedad.
En primer lugar, me obligó a
asumir una posición de responsabilidad al reunirme directamente con el director
para presentarle mis quejas. En segundo lugar, y quizás lo más importante, él
me enseñó a ser leal a las personas que no están presentes. Aprendí a no hablar
a espaldas de la gente en forma que me avergonzaría si llegaran a escucharme.
En tercer lugar, debido a la lealtad del presidente con el director de vivienda
que estaba ausente, aprendí a defender a los ausentes con un juicio prudente y darme
cuenta del tono que utilizo al hablar de ellos.
Una vez conté esta historia en
una conferencia. Después de la conferencia, un vicepresidente ejecutivo de un gran
banco se me acercó y dijo: “Tuve una experiencia muy similar a la suya. Visité
una sucursal bancaria y fui atendido por una de las cajeras. El servicio fue
tan pobre que me quejé de la empleada que me atendió ante el jefe del departamento.
La mayoría de los jefes departamentales se sienten muy intimidados por mí y
apenas si pueden hablar conmigo. Pero la cabeza de este departamento me dijo: ‘Siento
lo de su mala experiencia. Ella es una persona muy buena. Llamémosla y
conversemos esto entre todos. Tal vez pueda decirle directamente cuál fue su
experiencia’.”
El vicepresidente le dijo al jefe
de departamento:
“No, manéjelo directamente usted;
yo solo quiero que usted esté informado sobre la situación. No quiero involucrarme”.
Pero el jefe del departamento le dijo al vicepresidente ejecutivo: “Yo sé que
si se tratara de mí, me gustaría que me involucrasen. Si usted fuera esta cajera,
¿no le gustaría que lo involucrasen?”
Imagine el valor que necesitó ese
jefe de departamento para hablarle en forma directa y honesta al vicepresidente
del banco. La respuesta era evidente: “Sí, supongo que me gustaría”. “Bueno,
entonces, vamos a llamarla”. Así que ella entró y confrontaron la situación. La
persona recibió la retroinformación y la situación fue manejada de una manera
responsable.
El vicepresidente luego me
comentó: “Posteriormente, cuando estábamos tratando de elegir a un gerente para
una de las sucursales bancarias, nominé a este jefe de departamento, basado
totalmente en esa experiencia, porque pensé que si tuvo tanto valor, honestidad
y lealtad para con alguien que no estaba presente, incluso frente a un alto
ejecutivo, manejaría otras situaciones con integridad. Nominé a ese hombre sin
conocer nada más acerca de él”.
Cuando usted defiende la
integridad de una persona que no está presente, ¿qué les dice esto a los que sí
están presentes? Dice que usted hará lo mismo por ellos.
Si usted permite que la gente a
su alrededor critique, cuente chismes, señale y juzgue a otros, les está dando básicamente
el mensaje de que usted hará comentarios similares acerca de ellos a sus
espaldas.