Tomar decisiones es parte
integrante de nuestra vida y de nuestra profesión, pero en las empresas, esto
se hace especialmente crítico porque nuestras decisiones afectan a mucha gente
en la organización y así como su futuro.
La llamada “Gerencia Inerte” -la
que piensa que si no hace nada, nada va a pasar- evita tomar decisiones o las
deja para otros. No tienen conciencia que no decidir es una decisión, la peor,
porque a la larga tendremos que decidir de todos modos, y quizás sea demasiado
tarde, o nos hayamos debilitado demasiado y perdido la capacidad de
recuperarnos. La decisión de cuándo, porqué y cómo hacerlo, está íntimamente
ligada a la naturaleza de aquello sobre lo que debemos decidir.
Cuando una situación se viene
deteriorando gradualmente y comenzamos a buscar excusas, crear agendas ocultas,
a comentarla con otros y en la casa hasta que comenzamos a “acostumbrarnos,” a
aceptarla como “parte del programa,” ese es el momento de decidir.
Nuestra dificultad para tomar
decisiones importantes muchas veces radica en el dolor (o temor) que ello nos
causa; pero si vinculamos la decisión hacia el placer: hacia el resultado
deseado, en lugar de hacia el dolor: la incertidumbre y las consecuencias
inmediatas, ella se hará más fácil. Puede que esa decisión nos cause un gran
dolor inicial, pero se verá compensada con creces al recoger los beneficios de
la decisión tomada.
Una inversión importante, un
cambio en nuestra vida profesional, decidir casarnos cuando lo estamos pasando
“tan bien” solteros, tener un hijo, cambiar nuestros hábitos y nuestras
costumbres más arraigadas, despedir un empleado, o vernos obligados a tomar
decisiones en una o otra dirección por causa de las exigencias del entorno, o
del trabajo; todas ellas generan presiones que nos “distraen” de la decisión, y
en ocasiones nos hace caer en lo que Wally Amos llama el Efecto Poyo: Pobrecito
Yo.
Ackoff decía que no importa
cuando apretemos el acelerador, será poco lo que logremos avanzar si no
quitamos el píe del freno. Por otra parte, nunca habrá un “momento perfecto”
para arrancar: algunos semáforos estarán en verde, otros en amarillo y otros en
rojo; pero una vez que decidimos, nuestra energía se enfoca y fortalece para
hacer lo mejor ante la nueva situación.
Mantengámonos enfocados para no
caer en trampas o racionalizaciones. Por no enfrentar los problemas verdaderos
o evitar ver la cruda realidad, tomamos decisiones sobre lo “fácil,” muchas
veces comprometiendo nuestro potencial para el futuro. Las decisiones
simplistas y los arreglos cosméticos sin profundizar en las causas raíces,
solamente pospondrán el problema; y posiblemente lo agravarán, pues bajaremos
la guardia, y el problema volverá a nosotros.
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